El antagonismo que la cultura occidental siente hacia la naturaleza se deriva del dilema
del ego y se manifiesta en la crisis ecológica. En Oriente, dado su panteísmo, esto no ha
sucedido hasta que los japoneses se han americanizado. En las culturas antiguas, como los
indios de América, la relación entre hombre y naturaleza era amistosa, o al menos respetuosa;
las culturas antiguas y las «primitivas» actuales son animistas, es decir, suponen que la
naturaleza está viva; que piedras, árboles, ríos o cuevas tienen consciencia y capacidad de
comunicarse con quien conoce su lenguaje. Hay recientes experimentos que demuestran la
plausibilidad de esta hipótesis; por ejemplo, se han fotografiado las auras de las plantas y se
ha visto cómo varían éstas al acercarse a ellas con tijeras o con agua; también se han
detectado ultrasonidos. Sobre la consciencia del mundo orgánico, e incluso inanimado,
existen numerosos testimonios subjetivos de quienes han experimentado con substancias
psiquedélicas; es de suponer que pronto se hallarán otros métodos de experimentarlo.
Para comprender cómo los primitivos vivían esta relación entre hombre y naturaleza,
merece citarse el testimonio de un indio «salvaje» californiano:
Los blancos nunca se han preocupado de la tierra, del ciervo o del oso. Cuando nosotros los
indios matamos carne, la comemos toda. Cuando cavamos raíces, hacemos agujeros
pequeños... hacemos caer nueces y piñas. No cortamos los árboles. Sólo usamos madera
muerta. Pero los blancos levantan el suelo, arrancan los árboles, lo matan todo. El árbol dice:
«No lo hagas, me duele. No me hieras.» Pero ellos lo sierran y lo cortan. El espíritu de la
tierra los odia... los indios nunca hieren nada, los blancos lo destruyen todo. Hacen estallar
rocas y las esparcen por el suelo. La roca dice: «No lo hagáis, me estáis hiriendo.» Pero los
blancos no prestan atención. Cuando los indios usan rocas, toman piedras redondas,
pequeñas, para cocinar.. ¿Cómo puede el espíritu de la tierra querer al blanco? Dondequiera
que la ha tocado está dolorida.
Fragmento de "Oriente y Occidente" de Luis Racionero
Groenladia se derrite: